Queridos cofrades:
Estamos en el Año Jubilar de la Esperanza. Tanto el Papa como los obispos han abierto una convocatoria a vivir esperanzados. La esperanza, junto con la fe y la caridad, constituyen el trío de las llamadas virtudes teologales, porque nos hacen experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas. No se trata de una actitud bobalicona que nos ilusione falsamente en la negación de la guerra o la injusticia, sino de la afirmación íntegra de las expectativas de futuro en la certeza de la posibilidad de un mundo mejor.
Mirad: en nuestra sociedad, el consumo nos consume y el consumidor termina siendo el consumido, a base de dar más importancia al “tener” que al “ser”. Este peligro acecha también a las cofradías. Dar más importancia al ser que al tener, consiste, por ejemplo, en presupuestar más convivencias, retiros y ciclos formativos que la simple adquisición de enseres. No tengo nada en contra del cuidado, restauración y difusión del impresionante patrimonio cofrade, aunque es deseable que estas inversiones se conjuguen armónicamente con la bolsa de caridad y los proyectos de formación honda y verdadera.
Conozco hermandades que, deseando tener en cinco años lo que otras tienen en quinientos, padecen el vértigo de pagar proveedores no siempre formales en sus presupuestos previos y facturas finales…, pareciere que la cofradía es una corporación dedicada a pagar cuentas abultadas. Los más cafeteros se cansan y los menos se bajan del tren, aunque sea en marcha…
Yo, por mi parte, pongo mi esperanza cofrade en hermandades que generen amor a Dios y amor al prójimo. Sin ello, podrán tener un ajuar completo pero un patrimonio espiritual escaso. Pongo mi esperanza en Cristo Bendito y en su Bendita Madre, para que encontremos el modo de incrementar nuestro patrimonio interior.
Manuel Amezcua Morillas.
Del. Episc. HH. CC.