CUARESMA 2023
Cuaresma hacia la Vida: «Misericordia, Señor, hemos pecado».
El salmo cincuenta, conocido como el miserere, da tono penitencial a la cuaresma
cristiana, ayudándonos a celebrar el ¡Aleluya! que la Iglesia entonará cincuenta días,
desde la noche santa de la resurrección hasta la solemnidad de Pentecostés. El miércoles
de ceniza hemos comenzado la Cuaresma, camino interior y espiritual para vivir la muerte
y la resurrección del Señor. La ceniza nos hace reconocer nuestra propia fragilidad y nos
trae el recuerdo cierto de nuestra mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia
de Dios. El signo externo nos lleva hasta la actitud del corazón penitente que cada
bautizado está llamado a vivir en el itinerario cuaresmal, como nos dice el profeta Joel:
«Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos» (Jl 2,12-18).
La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Los
cuarenta días de Jesús en el desierto o los cuarenta años de desierto del pueblo elegido
para llegar a la tierra prometida, nos dibujan el camino que la Iglesia y cada cristiano viven
en este tiempo para, superando las tentaciones y las esclavitudes de nuestras pasiones y
las ofertas ilusorias de nuestro mundo, caminar desde la noche oscura de la esclavitud y
de las cárceles de nuestros pecados, a la libertad de la Vida resucitada y plena que nos
ofrece el resucitado.
¡Qué necesaria es la Cuaresma! Viviendo los coletazos y las consecuencias de la
pandemia mundial de la COVID 19 en todo el planeta y en los graneros de las seguridades
del hombre, nuestro mundo sigue inmerso en graves tragedias: guerras, muerte,
hambruna, catástrofes naturales, persecuciones, vulneración de derechos fundamentales,
legislaciones contra la vida desde el inicio de su concepción hasta su ocaso natural,
amparadas en mayorías decisorias que se arrogan el poder de ser como dioses, incluso
decidiendo contra la naturaleza humana, la dignidad del ser humano y los derechos de los
padres; dictaduras, falta de libertad religiosa, aparente victoria de las ideologías y de sus
extremas e irrespetuosas imposiciones bajo el amparo de una falsa libertad, etc.
Necesitamos la Cuaresma en un mundo decadente que pide a gritos la presencia de Dios
en el corazón del hombre. Somos conscientes que nuestra Cuaresma no es una Cuaresma
más, sino una oportunidad preciosa en el hoy de nuestra historia, para entrar en lo
profundo de lo que somos, para discernir a la luz de la LUZ, para reconocer nuestra
condición de hijos pródigos olvidados del amor paterno y sobre todo – porque el
protagonista de la Cuaresma no es el pecado sino el Amor- para experimentar que, en el
camino de vuelta a casa, nos sostiene la misericordia y la ternura de nuestro Dios, que es
un Dios de vivos y no de muertos. Dios viene a salvar y «no quiere la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva» (Ez 18,21-28).
Para vivir este itinerario a la Pascua, la Cuaresma nos invita a abrir bien los oídos
del corazón, para andar el sendero de nuestra conversión, como escuchamos en la
imposición de la ceniza «Conviértete y cree en el Evangelio», recordando nuestro bautismo
y viviendo nuestra reconciliación con Dios y con los hermanos, por medio de las armas de
la «penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (Cf. Mt 6,1-6.16-18). Oración que
nos abre a la escucha de la voluntad de Dios; ayuno que nos hace libres para romper los
hilos de lo que nos convierte en marionetas, devolviendo la pureza transcendente de
nuestra libertad; limosna que nos descentra del egoísmo soberbio y de la idolatría del
propio yo.
Y junto a los oídos del corazón, la Cuaresma es un aldabonazo que nos grita la
dignidad de criaturas y de hijos que fueron creados para oír a un Padre y su deseo de
salvar. La Palabra de Dios es rica en este tiempo fuerte de lenguaje de Dios: la narración
de las tentaciones de Jesús, la transfiguración del Señor, el evangelio de la samaritana, del
ciego del nacimiento y de la resurrección de Lázaro, nos irán educando, durante los
domingos de Cuaresma, en este itinerario de curación en la misericordia del Señor y en la
mirada al horizonte de lo trascendente. La vivencia cotidiana de la Eucaristía, una buena
confesión, la lectura diaria del evangelio, unos ejercicios espirituales, la lectura espiritual y
conocer la vida de los santos, celebrar con devoción el santo Triduo pascual, nos ayudarán
en este camino a que Cristo tome posesión del corazón humano.
El Papa Francisco en el mensaje que nos regala para esta Cuaresma, «Ascesis
cuaresmal, un camino sinodal», nos recuerda que la Cuaresma «nos invita a subir a un
monte elevado junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia
particular de ascesis», «animados siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe
y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz»; «dejarnos conducir por
Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las
vanidades». Como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros, elegidos por el Señor,
somos invitados al Tabor para ser «testigos de un acontecimiento único», «caminando con
los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje».
Vivir el camino penitencial de la Cuaresma es sólo poner a disposición del Señor lo
poco que somos, nuestros cinco panes y dos peces, el vino agotado de nuestras heridas
para poder vivir la autoridad del Amor y la Misericordia de Dios en nuestra existencia.
Como nos dice el Papa, la transfiguración que el Señor nos quiere hacer vivir, «la belleza
divina de esta visión es incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo» que nosotros,
sus «discípulos, podamos hacer para subir al Tabor». «Lo que nos espera al final es sin
duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de
Dios y nuestra misión al servicio de su Reino». El protagonista de nuestra Cuaresma no es
nuestro esfuerzo ni nuestro pecado, sino el Amor inconmensurable del Señor por nosotros,
que, como nos dice el Papa, «tiene como meta una transfiguración personal y eclesial».
El Papa nos ofrece dos «caminos» para que la transfiguración de la Cuaresma sea
posible en nosotros:
Escuchar a Jesús en la Palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece. «Si no podemos
participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día». Y escuchemos
también a nuestros hermanos, «en los rostros y en las historias de quienes necesitan
ayuda».
«No refugiarnos en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de
experiencias subjetivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus
dificultades y sus contradicciones», «vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor,
para llegar a la resurrección».
Este es el camino que todos los bautizados vamos a vivir en esta Cuaresma. Es
tiempo, especialmente intenso para nuestras Hermandades y Cofradías que se afanan en
sus cultos cuaresmales y en la preparación de las bellísimas estaciones de penitencia.
Estos retablos andantes son una preciosa catequesis visual para vivir la muerte y la
resurrección del Señor y calcar los sentimientos de su Madre bendita en este camino de la
pasión para la Vida resucitada.
Como decía el Papa a todos los cofrades, el pasado dieciséis de enero de este año
en un encuentro con la confederación de las cofradías de las Diócesis de Italia, «vuestro
fermento, vuestra levadura está bien presente en el tejido eclesial y debe ser mantenido
vivo, para que pueda hacer fermentar toda la masa». El miércoles de ceniza he decretado
la aprobación de unos nuevos Estatutos marco para las Hermandades y Cofradías para
ayudarnos, como decía San Juan Pablo II, en «la urgencia de la evangelización que exige
que también las Cofradías participen más intensa y directamente en la obra que la Iglesia
realiza para llevar la luz, la redención, la gracia de Cristo a los hombres de nuestro tiempo»
(Jubileo de las Cofradías, 1984).
El Papa Francisco lo repite constantemente al afirmar que «la piedad popular constituye de hecho una poderosa fuerza de anuncio, que tiene mucho que ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo» (cfr. Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 126). En el encuentro del Papa con los Cofrades, animaba a cultivar la centralidad de Cristo, a vivir y caminar juntos, haciendo experiencia secular de sinodalidad y a caminar anunciando y siendo testigos del evangelio, cuidando especialmente a quienes sufren las nuevas pobrezas de nuestro tiempo. «Evangelicidad, eclesialidad y misión», es decir, la centralidad de Cristo, el amor a la Iglesia y el compromiso de ser misioneros, son tres acentos que nunca deberían faltar de la vida de nuestras Hermandades y Cofradías.
Queridos cofrades, agradecidos por vuestro servicio en la Iglesia, ayudadnos a todos a fortalecer la fe en estos días santos de Cuaresma, siendo testigos fehacientes de una fe que se celebra, se conoce por medio de una formación recia en los pilares de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio eclesial; y es caridad cercana con los que más sufren.
La Virgen María es la mejor Cuaresma que hemos de aprender en nuestra vida cristiana. Ella y su ternura de Madre son el mejor antídoto para combatir la decadencia de un mundo que espera más de la soberbia humana que de la humildad del corazón. Cuaresma es reconocer que sólo Dios tiene palabras de Vida Eterna. ¡A todos, feliz, profunda y cristiana Cuaresma!
Con mi afecto y bendición.
+Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix